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  • Foto del escritorLuz Adriana Lozada

Tres mujeres jóvenes que le apuestan a la paz

Actualizado: 28 ago 2020

En el Valle del Cauca y en especial en el área metropolitana de Cali, muchas mujeres, jóvenes y niñas luchan por la defensa de los derechos de sus derechos. Durante la pandemia visitamos a tres de las más jóvenes para conocer su realidad en el confinamiento: Lina, Laura y Karen. Lina vive en Jamundí bajo el mismo techo con dos generaciones de mujeres empoderadas. Laura, desde la loma de Siloé, da ejemplo de una juventud pensativa, propositiva y con muchas ideas para mejorar el futuro de las niñas y adolescentes. Karen vive en el oriente de Cali y dice: ¡No más violencia contra la mujer!


Karen, un corazón que late por la salsa y por los derechos de las mujeres


Tiene 17 años, lleva tiempo sin ir al colegio, por la pandemia suspendieron las clases hace meses. Le hace falta sus compañeros y las reflexiones sobre las tareas. “Pero lo que más extraño son mis clases de baile,” dice. Ella baila hace 8 años, participó en el mundial de Salsa y en la Feria de Cali, se siente parte de la capital de la salsa. El baile y la música son una parte importante de su vida, e incluso, la llevaron a Karen a hacer parte de un grupo de mujeres que defiende los derechos de las mujeres y se opone a la violencia de género.


Cuando entrenaba en una escuela de baile, al lado, en el mismo espacio, arrancó el grupo de mujeres de la Vicaría de Reconciliación y Paz de la Arquidiócesis de Cali. Mientras Karen bailaba, su mamá participaba en ese grupo. Paso a paso, Karen se motivó a participar, explica: “Me gustó el tema y quería aprender, no quería ser una víctima. Es muy importante decir NO a la violencia contra la mujer.” Durante su vida ha conocido muchos casos de violencia contra mujeres y casos intrafamiliares. Estos casos le tocan mucho y no quiere quedarse callada. “Quería aportar algo y ayudar a las personas afectadas.” Karen cambió la clase de baile y se integró al grupo de mujeres. “La psicología me interesa mucho, quiero ayudar a las personas para que estén bien emocionalmente.” Con su unión al grupo motivó a otras jóvenes, y, paso a paso, casi todas las chicas que bailan con Karen se integraron al grupo de mujeres.

Los primeros casos los conoció en su colegio, unos muy graves, hasta casos de violaciones. “Muchas chicas tienen poca autoestima, porque toda la vida, sus padres les dicen que no sirven para nada o que nadie las ama. Eso es una forma de violencia muy grave, que hace que la persona se siente sola, piensa que nadie la entiende.” Para levantarse, pararse y afrontar problemas necesitan, ante de todo, amor propio. La autoestima se sube solo con confianza y la honestidad, cree Karen, cuando una chica le dice “Nadie me quiere”, Karen responde “Mentira, porque yo te quiero.” Muchas chicas afectadas por violencia intrafamiliar tienen problemas en el colegio, tienen un rendimiento bajo. “Con la pandemia hay aún más casos”, observa Karen. Cuando ella nota que una muchacha necesita hablar, porque talvez sufre por un caso de violencia, lo primero que hace es buscar a la víctima y ofrecer apoyo. Una vez, cuando notó un caso en su colegio, simplemente ofreció su amistad a la chica. “Sin embargo, la victima demoró mucho hasta poderse abrir y hablar. Pero al final logro desahogarse y buscamos ayuda profesional.” Gracias a la intervención de Karen y de lo que aprendió en el grupo del programa de la Vicaría, hoy esta chica está muy bien.

“Muchas mujeres no hablan, por eso hay tantos casos sin descubrirse,” nos cuenta. Por eso, primero hay que motivar a las mujeres para que hablen. El segundo paso, recomienda Karen, es aconsejar a la persona y dar recomendaciones. “Gracias a Adriana Lozada, conocí las rutas de atención,” recuerda Karen y hoy sabe dónde buscar ayuda profesional, tanto psicológica como médica o jurídica. En la atención hay un elemento importante: “La idea es eliminar el problema, no aumentarlo, por eso hay que escuchar todas las perspectivas y manejar la situación según las necesidades de la víctima.” Karen es una persona que escucha sin juzgar, tiene este talento que ayuda a mejorar el mundo. Fácilmente genera confianza.


“En la clase con Adriana aprendí mucho sobre mi propia familia, pasamos por problemas, pero experimenté como manejar mis emociones y escuchar antes de actuar.” Su compromiso social, desde muy joven, la llevó a hacer parte de un grupo juvenil de la Iglesia, con el cual recolectan mercados para las personas necesitadas, recogen ropa de segunda y la venden o regalan a personas que no tienen. Karen resume su filosofía: “Todas tenemos la posibilidad de ayudar y de dañar. ¡Decídete!” Una chica con tanta energía, ¿cómo se cuida a ella misma? ¿Qué es su fuente de energía? “Primero, el baile es mi cielo seguro”, dice con una gran sonrisa: “Donde puede ser lo que quiero ser, siento el ritmo y de repente me siento tranquila.” Segundo, lo que le ayuda mucho es la gran capacidad de analizarse a ella misma: “Me pregunto: ¿por qué peleamos? ¿Por qué me puse tan brava?” Así intenta primero entenderse ella misma y eso le ayuda a comprender a los demás. Es muy deseable una sociedad en la cual todas y todos nos analizamos mejor, donde escuchamos al otro y, bailamos al ritmo de la sucursal del cielo.


Laura, un ejemplo para cambiar la sociedad


Laura, con apenas 15 años, ya tomó la misma decisión: “Decidí apoyar a las mujeres que han sufrido, para que la sociedad cambie.” En maltrato puede pasar en todas las familias y en la calle, observa ella, pero las mujeres no denuncian. Laura tiene mucha empatía, se pone fácilmente en el lugar de otras mujeres. Entiende bien porque muchas víctimas no denuncian en caso de violencia. Porque muchas mujeres están acostumbradas a vivir detrás de los hombres, con bajo autoestima, porque siempre hay alguien juzgando: fea, gorda, flaca, inútil… “Las mujeres no conocen sus derechos, es el primer problema,” dice Laura. Ella hace parte del grupo de mujeres de su barrio y comparte la información que recibe con otras mujeres, sobre todo con las chicas y niñas. “Si alguna me habla del maltrato que ha sufrido, primero la motivo a hablar, quiero que no se callen,” explica y dice que la violencia es, lamentablemente, algo normal, y que la víctima nunca tiene la culpa: “Quiero decir a todas las mujeres en el mundo: ¡Tenemos derechos!”


“La violencia física solo es parte del problema, sin embargo, no es la única forma de violencia contra mujeres, hay formas mucho más sutiles, que es la opresión permanente,” resume su análisis. Esta opresión se manifiesta en la negligencia de niños y niñas, en muchas familias los padres no tienen el tiempo suficiente para estar pendiente de sus hijos e hijas, así crecen sin sentirse amados. Muchas niñas están en situación de desnutrición y pasan todo el día solas en las casas. Desde muy joven son responsables para tareas de la casa y de cuidar a los más pequeños. Para los chicos no es tan fuerte, pero las niñas se acostumbran a someterse al régimen del hombre. “No dan mucha importancia al estudio, porque todo el mundo se les dice que no son para trabajar sino para mantener la casa. ¿Para qué entonces estudiar?,” pregunta Laura.


Muchas jóvenes no piensan en el futuro, debido a una falta de educación. Laura cree que por esta falta de formación hay tantas chicas embarazadas a muy temprana edad. “Los primeros casos de niñas en embarazo los he conocido en los grados séptimo y octavo del colegio.” Compañeras que tienen sus primeros bebes a las 14 o 15 años no son una excepción. Ahora Laura está acompañando a una compañera del colegio que está en el 6 mes, tiene 17 años. “Primero, no se atrevía hablar con su familia, pero con el acompañamiento y la asesoría logró hacer lo mejor de la situación. ¡Lo más importante es que termine su bachiller y siga estudiando!”, opina Laura. En el colegio falta informar sobre planificación familiar y sobre los anticonceptivos. Laura aprendió mucho sobre la mujer, su cuerpo, sobre la familia y sobre el amor en los encuentros del grupo de mujeres del programa de la Vicaría. “Con las profesionales hemos discutido mucho, era un espacio donde pude preguntar todo, sin temores,” recuerda Laura.


Laura es un ejemplo para un futuro y una generación diferente: Ella proyecta su futuro, quiere estudiar y aprender. Laura se pone sus metas. Piensa que la mujer tiene un papel significativo en esta sociedad, pero no recibe el respeto que merece: “Las mujeres se levantan antes de todos, preparan el almuerzo. Y trabajan todo el día. En la noche, son las últimas que se acuestan, porque hacen el aseo, preparan la comida para el próximo día y lavan la ropa. Mientras, los hombres duermen hasta tarde y se acuestan antes.” Las mujeres son el verdadero genero fuerte. Laura, a sus 15 años, pertenece a un grupo de mujeres, en el cual a veces se tocan temas pesados, pero ella se prepara para su vida: “Estamos hoy en el grupo como jóvenes, pero igual nos toca vivir como mujeres cuando grandes.” Quiero cambiar la posición de la mujer en la sociedad, porque todas podemos, y todas debemos escoger el camino de nuestras vidas. “En teoría, las mujeres pueden ser futbolistas y médicas, pero para atrevernos de verdad a cambiar los roles, tenemos que salir de nuestra zona de confort y sacar nuestro pensamiento machista de nuestras cabezas,” recomienda Laura.


Lina, escribir para recordar


Con 13 años, Lina es la más joven de las tres. Vive con su familia en Jamundí, bajo el mismo techo con la mamá y la abuela, tres generaciones de mujeres fuertes y empoderadas. La abuela fue su puente para llegar al programa de formación para mujeres. “Un día me dijo: ¡vamos!”, recuerda Lina, y respondió: “Listo, ¡vamos!” En este tiempo, Lina sufrió mucho por la pérdida de su amiga, que se había suicidado. Su abuela y su mama pensaban que la participación le puede ayudar a superar sus pensamientos negativos y desarrollarse como persona. Del dicho al hecho, en este caso, no había mucho trecho, y, desde la invitación de la abuela, las tres generaciones participaban en el programa de la Vicaría de Reconciliación y Paz.


“No tengo un temperamento muy fuerte, me gusta estar acá en la casa, con mi guitarra. En el programa aprendí a comunicarme, expresarme y no quedarme sola con mis cosas,” cuenta la joven. Después de terminar el proceso de formación, de graduarse y recibir el certificado, se quedó con un vacío, le hacía falta la reunión semanal con las otras mujeres. Así se dio cuenta de que algunas mujeres seguían reunirse y desarrollar ideas de como replicar lo aprendido. “Así empezó la idea de llevar el programa a mi colegio,” dice Lina, que ahora forma a sus compañeras y compañeros en el colegio: “Trabajo con los grados 4,5,6 y 7, y la verdad, desde el inicio fue muy bien. Me gusta el canto y la música, tal vez por eso no tenía mucha timidez.”


“Yo misma me sané después de una situación muy grave de depresión, gracias al programa de la Vicaría quiero ayudar a las demás personas que no tienen voz y no saben expresarse y que están cargando todo el peso del duelo y la tristeza sobre sus hombros,” explica Lina. ¿Qué hace para realizar esta ayuda? Ofrece, primero, su escucha, una capacidad enorme. Se arrima a compañeras y compañeros del colegio que le parecen triste o cabizbaja y les dice: “Te veo un poco decaído, si quieres, te escucho.” Con eso ya muchas personas se abren y le cuentan lo que les está pasando. Lina después de conocer la situación, busca ayuda y apoyo para ellos, puede ser un familiar, un profesor u otra persona de confianza. Y ella misma, ¿qué ha aprendido para liberarse de pensamientos negativos? “Entre muchas otras cosas, escribo en mi cuaderno. Me lo regalaron en el programa. Compongo canciones. Cuando estoy triste, aburrida, con rabia, o incluso, muy muy feliz, escribo lo que siento. Eso me ayuda para entenderme a mí misma, y, más tarde, para recordar cómo me sentía.”

Pese a las diferencias, que hay entre necesidades de mujeres de tercera edad, de adultas, jóvenes y niñas, Lina está convencida: “Si nos juntamos las mujeres desde las diferentes generaciones, podemos construir algo muy fuerte.”


Lina, Karen y Laura son gestoras y artesanas de la paz que día a día aportan a un mejor vivir en cada una de sus comunidades, especialmente en sus colegios. Tres jóvenes que hoy son un modelo de vida para las demás muchachas de su edad, para quienes la sororidad es su bandera y la defensa de sus derechos su camino.


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